Por Jorge Fuentes,
psicólogo y Director de Pranavida
El avance tecnológico ha cambiado nuestras vidas de manera radical. Sin embargo, esta transformación también ha traído consigo desafíos, especialmente en el ámbito de la salud mental. En Chile, la dependencia del smartphone es un fenómeno que afecta al 76% de la población, revelando un problema que cada vez es más difícil de ignorar.
El uso del celular, que inicialmente fue visto como una herramienta de comunicación y conexión, se ha convertido en un hábito omnipresente en nuestra rutina diaria. Desde el momento en que despertamos hasta que nos acostamos, el teléfono ocupa un espacio importante en nuestras vidas. Pero ¿hasta qué punto esto es saludable? Estudios recientes muestran que más del 20% de los chilenos valora más su teléfono que sus relaciones personales. Esta estadística no solo es alarmante, sino que también invita a cuestionar el impacto profundo que el uso del smartphone está teniendo en nuestras conexiones humanas y en el bienestar emocional.
Uno de los términos que ha ganado notoriedad en los últimos años es «nomofobia», entendido como el miedo irracional a estar sin el teléfono. Este concepto no es exagerado; refleja una realidad para miles de personas. Sentirse desconectado del celular genera ansiedad, irritabilidad, e incluso una sensación de vacío que muchos encuentran difícil de manejar. El problema es que el cerebro se ha adaptado a recibir gratificación instantánea a través de notificaciones, redes sociales y otras aplicaciones, lo que incrementa los niveles de estrés y dificulta la concentración.
Desde una mirada psicológica, esta dependencia tiene un impacto directo en nuestras emociones y relaciones interpersonales, ya que el uso excesivo del smartphone interfiere en nuestra capacidad para estar presentes en el aquí y el ahora. Nos volvemos menos conscientes de disfrutar de momentos con amigos y familiares, y el tiempo de calidad se ve comprometido. Por otro lado, las interacciones cara a cara pierden profundidad, reemplazadas por revisar compulsivamente el celular.
Por otro lado, los síntomas asociados a la nomofobia, como el insomnio o la irritabilidad, son cada vez más comunes. La sensación de estar «siempre disponible» crea una presión constante que no permite desconectar, generando una fatiga mental y a largo plazo, mayores niveles de ansiedad, dificultades para concentrarse y, en última instancia, deterioro en nuestras relaciones interpersonales.
En este sentido, es urgente que, como sociedad, nos demos cuenta de que esta dependencia afecta nuestra productividad, el vínculo con otras personas y el equilibrio interno. Hoy más que nunca, es vital que reconozcamos el problema y trabajemos juntos para restaurar un equilibrio saludable entre la tecnología y nuestras vidas. El desafío no está en rechazar la tecnología, sino en aprender a convivir con ella sin sacrificar nuestra salud mental.