Sebastián Durán Becker
Mg. Psicología Positiva Aplicada e Intervención Psicosocial
Académico Carrera de Psicología
Universidad Autónoma de Chile, Sede Temuco
Durante años, la práctica sanitaria en Chile —como en gran parte del mundo— se ha sostenido en una premisa clásica: la salud equivale a la ausencia de enfermedad. Sin embargo, la evidencia científica demuestra que este paradigma es insuficiente. No estar enfermo no implica necesariamente estar bien.
La Organización Mundial de la Salud (1946) definió la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social”. No obstante, este principio pocas veces se traduce en la práctica. En los hospitales chilenos, el bienestar suele quedar relegado frente a las urgencias biomédicas. En un país donde el cáncer de mama es la principal causa de muerte por tumores malignos en mujeres (Ministerio de Salud, 2023), la necesidad de integrar la dimensión psicológica y social del cuidado es urgente.
La psicología contemporánea ofrece un marco para comprender esta nueva mirada. El modelo de doble continuo de Corey Keyes (2002) propone que la salud mental positiva y la enfermedad mental son dimensiones distintas: una persona puede no estar deprimida y aun así sentirse vacía o desconectada. Keyes denominó a este estado languidecimiento, en contraste con el florecimiento, donde las personas experimentan bienestar emocional y social.
Desde esta base surge la Psicología Positiva, impulsada por Martin Seligman (1998), que propone estudiar y cultivar lo que hace que la vida valga la pena. Investigaciones metaanalíticas (Bolier et al., 2013; Hendriks et al., 2020) confirman que las intervenciones positivas —como la gratitud, el uso de fortalezas o el sentido de vida— aumentan el bienestar y reducen síntomas depresivos.
En contextos clínicos, esta mirada ha mostrado resultados prometedores. Estudios con mujeres con cáncer de mama revelan que quienes participan en programas basados en Psicología Positiva presentan mayor esperanza, autoestima y resiliencia, junto con menor ansiedad y depresión (Cerezo et al., 2014; Fang et al., 2023; Yan et al., 2025). Asimismo, intervenciones breves centradas en gratitud y sentido vital han demostrado mejorar la calidad de vida durante el tratamiento (Chung et al., 2021).
En Chile, el Plan Nacional del Cáncer 2021–2030 (Ministerio de Salud, 2021) reconoce la importancia de acompañar emocionalmente a las pacientes y fortalecer sus recursos personales. Promover una salud que vaya más allá de la erradicación del dolor implica integrar en la práctica clínica los avances de la ciencia psicológica contemporánea y adoptar una visión donde el bienestar sea una meta sanitaria legítima.
Las investigaciones más recientes muestran que las emociones positivas fortalecen la resiliencia (Fredrickson, 2021), que el propósito vital amortigua el estrés (Martela & Steger, 2016), y que el bienestar subjetivo predice una mejor salud física y longeva (Diener et al., 2017). En un sistema sanitario tensionado como el chileno, donde los profesionales enfrentan agotamiento emocional y sobrecarga laboral, promover bienestar no es un lujo, es una necesidad estructural.
El bienestar es, en definitiva, la nueva frontera del cuidado. Porque la salud del futuro no se medirá solo en ausencia de enfermedad, sino en cuántas personas logran florecer aun en medio de la adversidad.
